El arte de narrar de Marina Mayoral (Coord.)



Mamá, tengo problemas con un cuento. Le he perdido las tripas y los lobos están devorándolas. Temo por las sobras porque después sé que llegan los buitres. Mamá, necesito tu ayuda, tú que me has parido. Mamá, necesito narrar. Mamá, necesito tu sabiduría, tú que me concebiste en esa noche furtiva y fría. Quizás con el frío olvidaste engancharme al corazón el hato de la narratividad y yo quiero narrar, mamá, te lo juro, es lo que más deseo en esta vida. Quiero narrar pero sin tanto postín como he leído en este libro. Necesitaría hacerme sacerdote para aprehender lo que aquí exponen los listos, porque son unos listos por muy escritores que sean. Mamá, échame una mano, mamá, pégame dos hostias si lo crees necesario, susúrrame al oído derecho, al izquierdo, dame otra hostia, mamá, que duela y respóndeme ¿crees que necesito otra hostia más? Mamá, ¿qué hace falta para narrar, mamá?

Mamá se levantó de la mesa camilla. Mamá se levantó la falda como para airearse el coño de lo harto que lo tenía y así, con la falda en volandas se acercó donde estaba. Lo primero que hizo fue pegarme dos hostias, después inclinó su cabeza hasta mis oídos y bisbiseó: “Hijo, no seas tan gilipollas, toma un lápiz, toma un papel y redacta, narra y después, sin remilgos, ¡escribe! No hay más secreto, hijo de mi alma”.

Imagen de Federico Scalise. De la serenidad.

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